1. La clave del éxito: hazte con un buen pulpo, fresco siempre que sea posible. Si es congelado, asegúrate que no contiene sales o tratamientos añadidos.
2. Lávalo bien en abundante agua fresca, repetidas veces, hasta asegurarte de que no queden restos de arena en sus ventosas. Aprovecha la cabeza, contiene gran cantidad de gelatina necesaria para compactar la terrina.
3. Sumerge el pulpo en una olla con abundante agua hirviendo. Cuece unos 15 a 20 minutos a fuego medio-lento pero conservando siempre un ligero hervor.
4. Para comprobar que está cocido pincha con un palillo en la parte más gruesa de una de sus patas. Notarás que resulta ligeramente tierno y, a la vez, ofrece ligera resistencia al retirar el palillo. Si dudas,... corta una rodaja y pruébalo. Apaga el fuego y deja reposar el pulpo unos 10 minutos dentro del agua de cocción.
5. Ahora escúrrelo y, muy importante, sin dejar que enfríe separa las patas una a una e introdúcelas en un tupper de plástico en cuya base habrás practicado varios orificios (Sí, te quedarás sin el tupper y únicamente te servirá para esta receta). Esto favorecerá que pueda elimiar el agua sobrante del pulpo y actúe la gelatina hasta solidificarse.
6. Un tupper con unas medidas aproximadas de 15 cm de largo, 10 de ancho y unos 8-10 cm de alto será ideal. En todo caso el pulpo cocido debe sobrepasar la capacidad del recipiente. Para prensarlo, cubre el pulpo con la tapadera del tupper y coloca unos 2-3 kg de peso sobre la misma para comprimir bien el cefalópodo.
7. Introduce en el frigorífico un mínimo de 12 horas hasta que la gelatina natural que contiene el pulpo haya cuajado.
8. Transcurrido este tiempo, desmolda con cuidado y tendrás lista la terrina para cortar en finas láminas y aderezar con mucha imaginación.